Nunca sabré los motivos que tuvo mi madre para lanzarme del nido antes de tiempo. Quizás fui su última nidada y debido a su edad no pudo reconocer mi inmadurez para tal hazaña. Quizás, me caí por error involuntario, mío o de ella. A pesar de mi visión bidimensional pude ver a mi madre alejarse del antiguo nido donde nací y perderse en el horizonte. “La sensación de abandono es más terrible que el abandono mismo”.
A pesar de lo débil que me sentía, me miré despacio y a detalle. Mi plumaje no se podía acomodar, además de que eran pocas mis plumas estaban desordenadas y sucias. Pero hasta mantenerme derecha era un proyecto complicado. No recuerdo nunca haber visto a mi madre en mi maltrecha condición. Ella era una perfecta paloma gris
Al verme aquí, al comienzo de la tarde y al borde de esta calle, estoy conciente de mi limitación para sobrevivir. Espero no me pase lo que al chango negro que vi desde mi nido. El pobre perdió el pico al lanzarse contra un cristal. Unos niños muy malos abusaban de él. El desdichado no pudo resistir esos malos tratos. “Cualquier cuerpo se debilita si no se puede comer”.
Me pasé toda esa tarde de abandono con la oración de la paloma solitaria en mi pico hasta que apareció ella. Supe de inmediato cuando me miró que padrecito Palomo Supremo había escuchado mis oraciones. Despacio se acercó a mí aquella muchacha; me tomó entre sus manos y me habló palabras tan dulces que me olieron a mamá. No entendí su frecuencia de voz pero por su rostro sabía que me quedaba aún mucha vida por delante.
Su nido era grande y cuadrado hecho con algo que llaman concreto. Algo duro para ser nido pero como estaba envuelta en un plumaje raro que llaman tela, la pasé bien. Pude calentarme y en pocas horas estaba casi seca. Me alimentó como si fuera mi mamá, nunca había probado aquella comida pero tenía tanta hambre que me supo a gloria. La miré mientras me alimentaba, fue muy tierna. Entonces me di cuenta que logré conmoverla hasta su fibra más íntima.
Estuve con ella el suficiente tiempo como para acostumbrarme a la comida y a sus cuidados. Me quedaba sola algunas horas al día, escondida en una caja que parecía ser uno de esos lugares donde se guardan cosas preciadas. Al menos me sentí así. Ese tiempo que estaba en solitario me ejercitaba y hacía ruidos muy míos. No sé bien por qué, pero algo dentro de mí me llevaba hacer esas cosas.
Cuando ella entraba en la habitación me tomaba entre sus manos y acariciaba tiernamente, pensé que nunca nos separaríamos, era mi única amiga y compañera. Cuando salíamos a pasear yo iba sobre su hombro o su cabeza. Me enseñó a comer usando sus manos. Cuando trataba de acomodar su largo pelo se molestaba conmigo, diciendo que tenía mi pico muy duro. Ella lo hacia con mis plumas pero no me dejaba hacer lo mismo. Sólo quería ayudarla como ella lo había hecho conmigo. Lo mejor fue cuando me enseño a volar, fue sensacional, lo que sentí al ver mi cuerpo en el aire y mis alas abiertas para sostenerme. Fue tan natural hacerlo cuando ella me lanzó desde lo alto. Todo lo que sé sobre palomas lo aprendí con ella. “Los humanos son maravillosos cuando enseñan lo que ellos no pueden hacer. Cuando sea grande quisiera ser el primer humano que vuele”.
Un día tomó una decisión difícil, sin consultarme. Pensó que si yo me quedaba con ella perdería mi identidad. Prefirió llevarme con otros seres como yo. Fue muy difícil para mí no estar más con ella. Al verme entre otros como yo, me sentí algo extraña, quizás era el llamado de la naturaleza. Los vuelos, los sonidos, la algarabía de la novedad, el viento fresco del día. La gente que estaba allí era buena como ella. Nos miraban, mientras ella trataba de dejarme y yo me resistía. Había cámaras fotográficas por todos lados, hicieron todo un espectáculo de mi tragedia, pero me gustaba aquello de ser importante. Por momentos me atacaba el pánico de no verla más. Cuando se ama como nos amamos ella y yo, hasta sentir nuestra naturaleza, se hace difícil. “Si regresas querida amiga, me subiré a tu hombro y no me bajaré hasta llegar a tu nido de concreto y a mi caja de objetos preciados”; Nunca sentí algo así en mi vida. Pero sé que la distancia de ella ha sido más dura que la caída del nido donde viví con mi madre, aquella bella paloma, que creo era gris.
A pesar de lo débil que me sentía, me miré despacio y a detalle. Mi plumaje no se podía acomodar, además de que eran pocas mis plumas estaban desordenadas y sucias. Pero hasta mantenerme derecha era un proyecto complicado. No recuerdo nunca haber visto a mi madre en mi maltrecha condición. Ella era una perfecta paloma gris
Al verme aquí, al comienzo de la tarde y al borde de esta calle, estoy conciente de mi limitación para sobrevivir. Espero no me pase lo que al chango negro que vi desde mi nido. El pobre perdió el pico al lanzarse contra un cristal. Unos niños muy malos abusaban de él. El desdichado no pudo resistir esos malos tratos. “Cualquier cuerpo se debilita si no se puede comer”.
Me pasé toda esa tarde de abandono con la oración de la paloma solitaria en mi pico hasta que apareció ella. Supe de inmediato cuando me miró que padrecito Palomo Supremo había escuchado mis oraciones. Despacio se acercó a mí aquella muchacha; me tomó entre sus manos y me habló palabras tan dulces que me olieron a mamá. No entendí su frecuencia de voz pero por su rostro sabía que me quedaba aún mucha vida por delante.
Su nido era grande y cuadrado hecho con algo que llaman concreto. Algo duro para ser nido pero como estaba envuelta en un plumaje raro que llaman tela, la pasé bien. Pude calentarme y en pocas horas estaba casi seca. Me alimentó como si fuera mi mamá, nunca había probado aquella comida pero tenía tanta hambre que me supo a gloria. La miré mientras me alimentaba, fue muy tierna. Entonces me di cuenta que logré conmoverla hasta su fibra más íntima.
Estuve con ella el suficiente tiempo como para acostumbrarme a la comida y a sus cuidados. Me quedaba sola algunas horas al día, escondida en una caja que parecía ser uno de esos lugares donde se guardan cosas preciadas. Al menos me sentí así. Ese tiempo que estaba en solitario me ejercitaba y hacía ruidos muy míos. No sé bien por qué, pero algo dentro de mí me llevaba hacer esas cosas.
Cuando ella entraba en la habitación me tomaba entre sus manos y acariciaba tiernamente, pensé que nunca nos separaríamos, era mi única amiga y compañera. Cuando salíamos a pasear yo iba sobre su hombro o su cabeza. Me enseñó a comer usando sus manos. Cuando trataba de acomodar su largo pelo se molestaba conmigo, diciendo que tenía mi pico muy duro. Ella lo hacia con mis plumas pero no me dejaba hacer lo mismo. Sólo quería ayudarla como ella lo había hecho conmigo. Lo mejor fue cuando me enseño a volar, fue sensacional, lo que sentí al ver mi cuerpo en el aire y mis alas abiertas para sostenerme. Fue tan natural hacerlo cuando ella me lanzó desde lo alto. Todo lo que sé sobre palomas lo aprendí con ella. “Los humanos son maravillosos cuando enseñan lo que ellos no pueden hacer. Cuando sea grande quisiera ser el primer humano que vuele”.
Un día tomó una decisión difícil, sin consultarme. Pensó que si yo me quedaba con ella perdería mi identidad. Prefirió llevarme con otros seres como yo. Fue muy difícil para mí no estar más con ella. Al verme entre otros como yo, me sentí algo extraña, quizás era el llamado de la naturaleza. Los vuelos, los sonidos, la algarabía de la novedad, el viento fresco del día. La gente que estaba allí era buena como ella. Nos miraban, mientras ella trataba de dejarme y yo me resistía. Había cámaras fotográficas por todos lados, hicieron todo un espectáculo de mi tragedia, pero me gustaba aquello de ser importante. Por momentos me atacaba el pánico de no verla más. Cuando se ama como nos amamos ella y yo, hasta sentir nuestra naturaleza, se hace difícil. “Si regresas querida amiga, me subiré a tu hombro y no me bajaré hasta llegar a tu nido de concreto y a mi caja de objetos preciados”; Nunca sentí algo así en mi vida. Pero sé que la distancia de ella ha sido más dura que la caída del nido donde viví con mi madre, aquella bella paloma, que creo era gris.
¡Me has hecho llorar!
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